Por Leónidas F.
Ceruti, Historiador
Sumario: Introducción El capitalismo a nivel mundial La clase obrera: condiciones de
trabajo y vida. Primeras organizaciones y huelgas La lucha por las ocho horas La clase obrera se moviliza en EE.UU. Una farsa que llamaron juicio. Linchamientos
y condenas El Congreso de París de 1889 A modo de conclusión
Publicada en http://www.anred.org/article.php3?id_article=4971
Introducción
A los grandes revolucionarios y sus ideas, las clases dominantes los sometieron a constantes persecuciones, “acogieron sus doctrinas con la furia más salvaje, con campañas de mentiras y calumnias”. Después de su muerte, se intentó convertirlos en íconos inofensivos, canonizarlos, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria. Olvidan, relegan a segundo plano, tergiversan el aspecto transformador de sus acciones, de sus conceptos revolucionarios, y hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para los sectores dominantes. (1) A esa opinión, que refleja un hecho que la historia se ha encargado de repetir, podemos agregar que esto no sólo sucede con los grandes revolucionarios y sus doctrinas, sino que también ha pasado con el contenido de las fechas y los acontecimientos históricos que rememoran importantes logros de las clases oprimidas. Ejemplo claro lo constituye el “1º de Mayo”, que se ha intentado por todos los medios vaciarlo del contenido de lucha, de reclamos, que tuviera en su origen, como “Día de Lucha Internacional de la Clase Obrera”.(...)
La lucha por las ocho horas
¿Cuáles son las causas que determinan la prolongación de la jornada de trabajo? ¿De qué depende una duración normal de la misma? No dependen, por cierto, de la “maldad” del capitalista ni de su escaso o abundante “espíritu cristiano”.Marx lo ha explicado de esta manera: “Como capitalista, él no es más que el capital personificado. Su alma es el alma del capital y el capital no tiene más que un instinto vital, el instinto de acrecentarse, de crear plusvalía, de absorber con su parte constante los medios de producción, la mayor masa posible de trabajo excedente. El capital es trabajo muerto que no sabe alimentarse, como los vampiros, más que chupando trabajo vivo, y que vive más cuando más trabajo vivo chupa. El tiempo durante el cual trabaja el obrero es el tiempo durante el que el capitalista consume la fuerza de trabajo que compró”.
“El capitalista se acoge pues a la ley de cambio de mercancías. Su afán, como el de todo comprador, es sacar el mayor provecho posible del valor de uso de su mercancía. Pero de pronto se alza la voz del obrero, que había enmudecido en medio del tráfago del proceso de producción. La mercancía que te he vendido, dice esta voz, se distingue de las otras mercancía en que su uso crea valor, más valor del que costó. Por eso, y no por otra cosa, fue por lo que tú la compraste.Lo que para ti es explotación de un capital, es para mí estrujamiento de energías. Para ti y para mi no rige en el mercado más ley que la del cambio de mercancías. Y el consumo de la mercancía no pertenece al vendedor que se desprende de ella, sino al comprador que la adquiere. El uso de mi fuerza diaria de trabajo te pertenece, por tanto, a ti. Pero, hay algo más, y es que el precio diario de venta abonado por ella tiene que permitirme a mí reproducirla diariamente, para poder venderla de nuevo. Prescindiendo del desgaste natural que lleva consigo la vejez, etc., yo obrero, tengo que levantarme en condiciones de poder trabajar en el mismo estado de fuerza, salud y diligencia que hoy. Tú me predicas a todas horas el evangelio del ‘ahorro’ y la ‘abstención’. En lo sucesivo, me limitare a poner en movimiento, en acción, la cantidad de energía lo estrictamente necesario para no rebasar su duración normal y su desarrollo sano. Alargando desmedidamente la jornada de trabajo,puede arrancarme en un solo día una cantidad de energía superior a la que yo alcanzo a reponer en tres. Por este camino, lo que tú ganas en trabajo lo pierdo yo en sustancia energética. Una cosa es usar mi fuerza de trabajo y otra muy distinta desfalcarla. Es como si me pagases la fuerza de trabajo de un día empleando la de tres. Y esto va contra nuestro contrato y contra la ley del cambio de mercancías. Por eso exijo una jornada de trabajo de duración normal, y al hacerlo, sé que no tengo que apelar a tu corazón porque en materia de dinero los sentimientos salen sobrando. Podrás ser un ciudadano modelo, pertenecer acaso a la liga de protección de los animales y hasta vivir en olor de santidad, pero ese objeto a quien representas frente a mí no encierra en su pecho un corazón. Lo que parece palpitar en él son los latidos del mío. Exijo, pues, la jornada normal de trabajo, y, al hacerlo, no hago más que exigir el valor de mi mercancía...
“Como se ve, fuera de límites muy elásticos, la instancia del cambio de mercancías no traza directamente un límite a la jornada de trabajo, ni, por tanto, a la plusvalía. Pugnando por alcanzar todo lo posible la jornada de trabajo, llegando incluso, si puede, a convertir una jornada de trabajo en dos, el capitalista afirma sus derechos de comprador. De otra parte, el carácter específico de la mercancía vendida entraña un límite opuesto a su consumo por el comprador y al luchar por reducir a una determinada magnitud normal la jornada de trabajo, el obrero reivindica sus derechos de vendedor. Nos encontramos, pues, ante una antinomia, ante dos derechos encontrados, sancionados y acuñados ambos por la ley que rige el cambio de mercancías. Entre derechos iguales y contrarios, decide la fuerza. Por eso en la historia de la producción capitalista, la reglamentación de la jornada de trabajo se nos revela como una lucha que se libra en torno a los límites de la jornada, lucha ventilada entre el capitalista universal, o sea la clase capitalista, de un lado, y de otro el obrero universal, o sea, la clase obrera”. (6)
En el año 1864 se fundó la Asociación Internacional de Trabajadores, conocida como la “I Internacional”, a instancias de su inspirador fundamental Carlos Marx. Reunía en su seno a delegaciones obreras de distintos países capitalistas, de las más diversas tendencias en que se expresaba políticamente la clase obrera en esa época. El Manifiesto inaugural puntualizó frente a la duración de la jornada laboral que “después de la lucha de treinta años, sostenida con una tenacidad admirable, la clase obrera inglesa aprovechándose de una disidencia momentánea entre los señores de la tierra y los señores del dinero, consiguió arrancar la ley de la jornada de 10 horas. Las inmensas ventajas físicas, morales e intelectuales que esa ley proporcionó a los obreros fabriles, señaladas en las memorias semestrales de los inspectores del trabajo, son ahora reconocidas en todas partes. La burguesía había predicho, y demostrado hasta la saciedad, que toda limitación legal de la jornada sería doblar a muerto por la industria inglesa, que, semejante al vampiro, no podía vivir más que chupando sangre, y, además, sangre de niños. Esta lucha por la limitación legal de la jornada de trabajo se hizo aún más furiosa, porque de lo que se trataba era de decidir la gran disputa entre la dominación ciega ejercida por las leyes de la oferta y la demanda, contenido de la Economía política burguesa, y la producción social controlada por la previsión social, contenido de la Economía política de la clase obrera. Por eso, la ley de la jornada de diez horas no fue tan sólo un gran triunfo práctico, fue también el triunfo de un principio; por primera vez la Economía política de la burguesía había sido derrotada en pleno día por la Economía política de la clase obrera.”. (7) (...)
Esta nota pertenece al libro “Historia del 1° de Mayo en Rosario: 1890-2000”, de Leónidas Ceruti, Editorial “La Comuna”
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